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A las Europeas, huérfanos de una opción revolucionaria.

Roberto Mangabeira Unger, conocido filósofo y politólogo brasileño, afirma que sólo una crisis muy grave de nuestras economías y de nuestro estilo de vida podrá sacar a los ciudadanos del mundo industrializado de su indiferencia hacia la vida política. El escenario en España, y en buena parte de Europa, ya se está cumpliendo, incluso peor, vamos de cabeza a la Tercera Guerra Mundial contra la primera potencia nuclear del mundo, por obra y gracia de los belicosos yanquis. Ahora, toca Elecciones Europeas, y es momento de preguntarnos si en verdad el español, el canario, el europeo, el ciudadano occidental, es capaz de mostrar cierto interés por lo que pasa en política, más allá de votar como los hooligans son de un equipo de fútbol o de otro.
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Una primera aproximación a las Elecciones del 9J en España nos dice que hay 34 opciones de voto, si bien, la dialéctica se mueve básicamente entre tres bandos bien definidos. De un lado en torno a un 40% de abstencionistas, entre pasotas y resignados con los que no va la afirmación de Mangabeira por muy mal que les vaya, con algunos abstencionistas activos que creen que así se expresa el descontento y también una opción política. En otro bando se sitúan un montón de partidos proeuropeos que nos vienen a decir, básicamente, que vivimos en el mejor de los mundos posibles, con la mejor de las democracias posibles, y si nos va mal a la mayoría esto es lo mejor a lo que podemos aspirar. En este segundo grupo están por supuesto PP y PSOE (que bueno es recordar que en Europa votan el 80% de las veces lo mismo aunque aparenten ser diferentes), además de los nacionalistas de derechas y de izquierdas, lo que resta de Ciudadanos y las muletillas insignificantes del PSOE para lo que han quedado Podemos y Sumar, entre otros muy minoritarios que no nombro y que también asumen en mayor o menor medida la partitocracia del control y la escasez en la que vivimos. Y en el tercer bando están, activos y preocupados por la política, despiertos se llaman muchos a sí mismos, euroescépticos los llaman otros, defendiendo posturas y políticas que van claramente contra lo que se legisla y decide desde Bruselas, con un denominador común que es importante destacar: se mueven todos en la órbita ideológica de la ultraderecha. Así, están los neofranquistas de Vox, pasando por movimientos unipersonales como el de Alvise Pérez, que gustan de llamarse patrióticos, subidos todos a la ola de euroescepticismo conservador que crece por toda Europa.
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Y esto es lo que hay de momento, de seguro Roberto Mangabeira no pensaba en este tipo de insumisos políticos cuando postuló su acertada sentencia. Con este panorama, la partida que se plantea la dibuja muy bien un cartel que anda recorriendo las redes desde hace semanas, uno en el que se ve a la bandera europea de las estrellitas doradas echándole un pulso a las esvástica de los nazis. Y es que no hay nada como un mensaje simple y llamativo para captar la atención de la gente. Un mensaje, todo sea dicho muy faltón y alejado de la realidad, pues tantos miles de ciudadanos votando a opciones de ultraderecha no se pueden haber vuelto todos nazis o fascistas de repente, son en su mayoría simplemente gente jodida y cabreada, que se va para la única opción verdaderamente contestataria que hay. Así, con la ya habitual llamada a frenar a las hordas fascistas se presentan los de Sánchez como los auténticos “zurdos”, y para muchos cómo los buenos, a pesar de, por muchos “a pesar de” que haya. Pero, seamos serios, aceptar esta realidad, esta dicotomía, como “lo que hay”, es mucho peor que aceptar pulpo como animal de compañía. ¿O en verdad creen ustedes que los proeuropeos de Sánchez, von der Leyen, Lagarde, Macron, Scholz, Stoltenberg y demás son los buenos? O mejor hagamos la pregunta de otra manera: ¿vamos bien los ciudadanos europeos con los que llevan tantos años gobernándonos desde Bruselas?, y la respuesta es un rotundo no. Por poner algunos argumentos que respaldan este no, la guerra con Rusia de la que ya hemos hablado, pasando por la destrucción de la clase media, con inflaciones prefabricadas a propósito con el único fin de empobrecer, o la venta de la soberanía y la riqueza de los países a las multinacionales privatizadoras y los fondos de inversión tipo Blackrock (hace semanas se jactaba el ministro socialista Puente de que Blackrock planea invertir 60.000 millones en España), sin olvidarnos de la destrucción del Sector Primario europeo a costa de la agenda verde, o una no menos lamentable política europea de migraciones con los mares cementerio como vergüenza, planeando incluso guantánamos en países africanos donde llevar a los parias del mundo, por no hablar del futuro cero que tienen nuestros jóvenes sin derechos laborales, ni casa, ni expectativas, o cómo se pone Europa de perfil ante genocidios varios. Y esto es así por mucho que intenten ustedes autoengañarse.
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Los proeuropeos responsables de todo esto lo intentan arreglar con la maquinaria de marketing más grande que existe, controlando, manipulando y censurando la información que circula, para fabricar un relato que echa las culpas a otros en cualquier tema, avocándonos a un escenario sin más alternativa que la que hay. Lo de la previsible guerra contra Rusia por ejemplo, es culpa de Rusia; lo del empobrecimiento generalizado y el encarecimiento de todo, son las dinámicas del mercado, tampoco pueden hacer nada; lo de la ruina del Sector Primario, es el cambio climático, ¡¿cómo no estar de acuerdo y sacrificarnos?!; y así con un asunto tras otro, en nada de lo que nos pasa tienen culpa los que mandan en la Unión Europea. Pero como esto ya no hay quien se lo trague, han aparecido las contras, las respuestas, los rebeldes euroescépticos anti agenda 2030. En este punto son muchos los que me preguntan, un rebelde como yo, ¿por qué no estoy ya alineado con ellos? Los que me conocen un poco ya imaginan la respuesta, y es que todas estas opciones euroescépticas vienen también con un libreto ultraliberal y ultranacionalista que además de estar contra las políticas de Bruselas están también contra los derechos humanos de los desfavorecidos, de los migrantes, de las minorías, y de paso niegan u obvian otras realidades más que evidentes, resultando que de revolución no tienen más que las 8 letras finales de la palabra, proponiéndonos en realidad una involución hacia pasados ya superados. Llegados a este punto de mi argumentario, se entiende bien que Pedro Sánchez y los suyos tengan la campaña prácticamente hecha, bastándoles con aludir a la necesidad de frenar a los Mileis, Abascales, Melonis y compañía, los de la esvástica, el yugo y las flechas, esos malos malísimos, ahorrándose así tener que dar explicaciones de a dónde nos llevan ellos de la mano del señor Biden y las corporaciones, con la excusa de que los otros son peores, supuestamente.
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Así vamos llegando a la parte final de este artículo, al lugar donde estamos los huérfanos, todos aquellos imposibilitados para identificarnos ni con unos ni con los otros, convencidos de que aún hay espacio para una Tercera Vía revolucionaria, antisistema, antiimperialista, anti este capitalismo de la guerra, del empobrecimiento y del control, y también anti involución, antifanatismo y anti regresión a pasados medievales. En palabras de Gianni Vattimo, el último gran filósofo italiano: sería necesario que no siguiéramos dejándonos silenciar más en nombre de la pretendida verdad “normativa” occidental, la cual aniquila cualquier esfuerzo por diseñar una existencia finalmente libre de dominación (Alrededores del ser, pág. 167, Editorial Galaxia Gutemberg). Y silenciar podría ser la palabra clave, silenciados, abducidos, absorbidos, alineados frente al discurso dominante: “la democracia contra la esvástica”, dicen los proeuropeos; “los psicópatas eugenesistas de la Agenda 2030 frente a los patriotas”, gritan los euroescépticos. ¿En serio no queda ya espacio para una Tercera Vía humanista, pacífica, universalista, antiimperialista, solidaria, multipolar e integradora? En España parece que andamos muy lejos, y aquí es justo reconocerle a Pedro Sánchez un mérito por encima de todo lo que ha hecho: ha sido capaz de arrasar con cualquier atisbo de vida política inteligente y rebelde a la izquierda del PSOE, hasta el punto de presentarse como el zurdo más zurdo de Occidente.
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Y con este panorama de absoluta desolación voy a ir a votar el próximo 9 de junio, obligado a votar nulo, otra vez, muy a mi pesar. Porque créanme, para alguien como yo, activista social ya veterano, con todo lo de político que tiene el activismo social hoy, que además he intentado en numerosas ocasiones aventuras políticas desde opciones alternativas contestarias (Ciudadanos en Blanco, Por un Mundo más Justo, Somos Más-Frente Amplio, Alternativa Nacionalista Canaria, Podemos, Recortes Cero o Liberación Canaria), no es agradable tener que optar por el voto nulo en unas elecciones, sean para donde sean. Y no lo es porque esa opción de voto más allá de expresar un descontento mayor o menor, no va a jugar absolutamente nada en la acción política o en las decisiones que se tomen posteriormente. Con todo, alguien que me lea podrá sugerirme que vote en clave canaria, buscando algún partido local que pueda sacar la voz por los canarios y canarias en Europa, pero si es por eso peor me lo ponen: Canarias salió masivamente a la calle el pasado 20 de abril, 180.000 personas dijeron basta a las políticas depredadoras y esclavizantes que siguen los políticos por aquí siempre a las órdenes de Madrid y Bruselas, y las únicas respuestas que hemos visto de sus señorías han sido desprecio, silencio, ninguneo, manipulación o impostura. Seguimos pues, seguimos en la lucha, eternamente a la espera de una utopía que, como bien dice la palabra, tal vez nunca tenga lugar. Y otra vez nos llamarán ilusos, esta vez quizá con razón, porque igual ya pasaron también los tiempos en los que se creía en la bondad del ser humano, y en el estado actual de degradación moral de nuestras sociedades nihilistas occidentales, no hay ya lugar para redescubrir ese sentido humilde de pertenencia a la humanidad o esas raíces comunes que compartimos, restando sólo tiempo para desconfiar, elegir un bando de entre los dos que hay y empezar a rezar, porque lo que venga solo puede ser peor.

Eloy Cuadra, escritor y activista social.