Retirado ya del activismo social más ortodoxo, a falta de nuevos proyectos desde otros ámbitos, queda el ciudadano, y queda también el comentarista. Un comentarista que vuelve hoy con dos temas recurrentes en su hemeroteca, la utopía, y la crítica constructiva a las izquierdas, asunto este último más que urgente, si tenemos en cuenta que las izquierdas se hallan en franco retroceso rumbo a la insignificancia, especialmente a este lado del mundo. Pero si se trata de hablar de izquierda, lo primero, para evitar confusiones, es fijar una premisa muy clara de partida: el PSOE no es en absoluto izquierda. No lo puede ser un partido que en Europa vota la mayoría de las veces lo mismo que el Partido Popular, ni lo puede ser un partido que ha sido incapaz de suprimir la Ley Mordaza en 5 años, y tampoco lo puede ser un partido que asume la guerra como solución primera, por no hablar de una serie de medidas sociales claras que debían haber tomado y no lo han hecho, y tienen hoy al país como lo tienen, partido en dos, con las tasas de desigualdad y crispación en niveles alarmantes. Una vez asumida esta premisa podemos hablar ya de las izquierdas, en plural, e ir adelantando algunas de las realidades actuales que las condenan a la insignificancia, realidades que se pueden resumir en tres palabras: división, seguidismo y cobardía.
La división ya histórica, no necesita de mucho comentario pues es de sobra conocida, una división que parte de la diversidad necesaria por enriquecedora frente al dogmatismo monolítico habitual de la derecha, pero a menudo o casi siempre nos olvidamos de juntar a las tribus para las grandes batallas, cuando hay grupos y partidos de izquierdas que en muchos casos comparten hasta el 80 por ciento del programa electoral o incluso más, y sin embargo se presentan siempre divididos, incapaces de encontrar puntos comunes y consensos mínimos que permitan alianzas. La falta de unión en periodos de franco retroceso como este, es poco menos que suicida. El seguidismo, lo muestran también las izquierdas alternativas desde hace ya bastante, unas por acomplejadas o remisas a plantear retos mayores, otras deseosas de tocar poder aunque sea con un engañoso reformismo light, y otras convencidas de su gran papel como dique de contención a las ultraderechas junto a Sánchez, para terminar conformándose siendo muletas del PSOE allá donde han podido y acabar diluidas hasta extremos ridículos. En cuanto a la cobardía, la hay en la generalizada ausencia de propuestas realmente revolucionarias o transformadoras, por haber asumido desde las izquierdas la imposibilidad de vencer al capitalismo, y no digo ya de vencer, se renuncia incluso a hacerle el más mínimo daño, y se acaba aceptando jugar la partida con las reglas tramposas del propio sistema sin intención alguna de impugnarlo, siendo siempre políticamente correctas. Ante estas tres realidades incuestionables, la pregunta que toca es obligada: ¿por qué se ha llegado a esto en un país que en 2015 acumuló 6 millones de votos para las izquierdas alternativas? ¿Esos 6 millones de personas deben estar la mayoría vivas?, ¿qué pasó con ellas?, ¿se hicieron todas conservadoras?, me temo que no. Y la respuesta, no sé ustedes pero yo la tengo clara: ya no hay apoyo a las izquierdas porque hace tiempo que renunciaron a un plan, ya no hay un telos, una meta a la que llegar, una tierra prometida, una idea completa de sociedad alternativa más justa, no hay enmienda a la totalidad, como sí la había en aquellos años cuando aún estaba reciente el movimiento de los Indignados del 15M, desde donde se dice que salieron la mayoría de las esperanzas renovadas que se pusieron en aquellas urnas. La utopía de entonces se ha vuelto hoy quimera, le escuché decir el otro día a un gran comunicador español, y creo que no hay mejor metáfora para mostrarnos el camino. Utopía, un no-lugar hoy pero posible algún día, o cómo mínimo imaginable, frente a la quimera, un monstruo mitológico grotesco y terrible que no veremos nunca porque es imposible. Recuperar la utopía es por tanto el camino, urge fijar en el horizonte de las izquierdas un plan alternativo, un proyecto completo de mundo mejor posible al que aspirar. Cierto, que hoy estamos más que nunca, como decía Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.” Y es que hoy y desde hace tiempo, por esa renuncia, por la rendición explícita de las izquierdas transformadoras a perseguir un mundo mejor posible, y por ceñirse únicamente a los límites que marca el capitalismo, la utopía no se ha alejado diez pasos, se ha alejado veinte. Lo estamos viendo, vivimos tiempos reaccionarios, las sociedades a este lado del mundo están virando hacia posiciones muy alejadas de los postulados humanistas tradicionales de las izquierdas alternativas, toca pues una larga travesía por el desierto, y cuanto más tardemos en darles un mundo de esperanza en el horizonte a la gente desde las izquierdas, más difícil será si quiera imaginarlo. Toca pues conformar esa tercera vía de la que llevo tiempo hablando, para ofrecer como alternativa completa a las dos únicas opciones que hoy se plantean: de un lado la dictadura globalista del capital y las corporaciones, del control, el empobrecimiento y la desigualdad, y de otro lado una vuelta a las cavernas de los nacionalismos excluyentes de horizontes cortos, pistolas sueltas e iglesias llenas.
Y saben que, de todo lo malo que está ocurriendo en nuestro mundo de un tiempo a esta parte, hay una cosa que me aterra especialmente, sobre la que llevo tiempo reflexionando: ¿qué pasará cuando muchos de nosotros, sino todos, esos rebeldes con causa que crecimos y aprendimos a vivir desde y por la utopía, ya no estemos?, ¿qué pasará cuando el anhelo de un mundo mejor y más humano que este ya no pueda ser pensado ni soñado por nadie porque los que quedan no lo imaginaron nunca? Con todo, creo que hay personas que se acostumbran a navegar contra la corriente, y con el tiempo acaban por no saber hacerlo de otra manera. Así las cosas, aunque hoy soplan vientos de guerra, de patria, vientos de desconfiar, de temer, de protegerse y de guardar, para seguir honrando el camino de los rebeldes voy a abrir una nueva sección en mi correspondencia pública, a la que llamaré “Vientos de Utopía”, y a este artículo inaugural le seguirán otros, no necesariamente míos, en los que iremos esbozando una mínima hoja de ruta en la que dibujar ese plan alternativo para la travesía que nos toca en pos de la utopía, por si pudiera interesar a alguien.
Eloy Cuadra