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¿Por qué contra el sistema?

Por qué… ¿Por qué contra el sistema? Esa es la cuestión que tratamos de responder aquí. A lo que bastaría con recordar las sabias palabras de Khrisnamurti, aquellas que decían: “No es señal de buena salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma” Seguro que se os ocurren otras muchas razones por las cuales es necesario ir contra este sistema que nos somete cada día un poco más.
contra-corriente
Por si sirve de algo, aquí van otras cuantas razones.

 

Pero antes de entrar en la cuestión de las razones, bueno será aclarar en algunas líneas que es lo que implica este ir “contra” el sistema. Algo que puede dar la impresión de ser una propuesta un tanto radical y violenta pero no lo es. Para empezar se trata de ir contra el sistema desde dentro del sistema, pues todos estamos dentro del sistema aunque no nos guste, porque no nos podemos salir del mundo. Y si estamos dentro de algo de donde no nos podemos salir aunque queramos, no desearemos que ese algo degenere y se colapse porque degenerará y colapsará con nosotros dentro. De esta afirmación se desprende que nuestro ir contra el sistema es un movimiento no violento, que responde a un sentimiento de preocupación por todos los que vivimos dentro y utiliza como única arma la razón puesta al servicio de lo que es justo.

 

Aclarado ya el “contra” podemos ver lo que es el “sistema”. ¿Por qué utilizamos la palabra sistema cuando queremos abordar la manera en que funciona el mundo? Quizás por esa tendencia que el ser humano tiene por el orden y esa necesidad perentoria por clasificarlo todo en torno a un esquema medianamente ordenado. Parece que nos tranquiliza saber que nuestro mundo funciona en base a las reglas que impone un sistema, de ahí que nos guste tanto usar esta palabra, de ahí que digamos “sistema capitalista” y nos suene bien, hasta el punto de que todavía muchos piensan que en verdad funciona el mundo como un sistema, esto es, de manera armónica y ordenada.

Lo cierto es que en torno al concepto sistema se ha escrito mucho desde distintas disciplinas, desde la biología hasta la termodinámica pasando por la cibernética y también –lo que nos interesa- dentro de las ciencias sociales. En sociología existen y han existido siempre paradigmas explicativos de la realidad social que han utilizado el término sistema, de entre ellos, el que más éxito ha tenido es el funcionalismo, una corriente de pensamiento que toma a las culturas como conjuntos integrados, funcionales –de ahí el nombre de funcionalismo- y coherentes. Dicha teoría parte de los trabajos del sociólogo Emile Durkheim, y fue continuada por el americano Talcott Parsons (1902-1979), principal exponente de lo que se ha dado en llamar estructural-funcionalismo. En su teoría, el concepto de “sistema” tiene una importancia central por cuanto que estructura, define y explica la acción humana dentro las sociedades en las que se desarrolla.

Visto así, lo que afirmaba Parsons parecía muy sencillo: un sistema integrado, funcional y coherente, nadie diría que puede funcionar mal. Pero la realidad es mucho más compleja y obstinada que cualquier esquema teórico, detalle que supo ver bien un alumno aventajado de Talcott Parsons, el alemán Niklas Luhmann (1927-1998). Luhmann siguió a Parsons inicialmente, aunque luego dedicó bastante tiempo a contradecirlo partiendo de la base de la complejidad creciente de las sociedades contemporáneas. Para Luhmann, decir ser humano es hablar de inconmensurabilidad (incapacidad de medir) y decir sociedad es hablar de contingencia (cambios constantes). Tomando como base estas dos equivalencias, observa Luhmann tal complejidad en el vector ser humano-sociedad que se ve obligado a tomar conceptos de otras disciplinas para aplicarlos a sus análisis de la sociedad. Así, usa de la Teoría General de Sistemas del biólogo Ludwig von Bertalanffy, de la Ley de la Entropía de la termodinámica, de la cibernética de Norbert Wiener o de la autopoiesis de Humberto Maturana y Francisco Varela.

Sin entrar demasiado en la teoría, donde podríamos perdernos con facilidad, pero pensando en explicar por qué hay que ir contra el sistema, atendemos a lo que desarrolló Luhmann con ayuda de otros investigadores y podemos deducir lo siguiente a propósito de los sistemas sociales:

  • I.- Está comúnmente aceptado que los sistemas sociales, y en este caso el sistema capitalista como hegemónico que es, constituye un todo con vida propia donde sus partes se integran de tal manera que el buen funcionamiento del sistema dependerá del buen funcionamiento de aquellas, de forma que éste, seguirá viviendo en la medida en que las partes o subsistemas (política, cultura, educación, economía, religión, etc.,) permanezcan integrados en la rutina de funcionamiento que el sistema global exija;
  • II.- En todo sistema, y en los sistemas sociales por consiguiente también, se enfrentan dos dinámicas contrarias, una tendente siempre al cambio, a la entropía, a la anarquía, a la revolución, al caos, y otra que busca el equilibrio, el orden, la estabilidad;
  • III.- Al hacer frente a los desequilibrios y superarlos o asimilarlos, el sistema evoluciona y se fortalece, de resultas que, paradójicamente, es esta dialéctica estabilidad-caos la que posibilita que los sistemas sociales no se extingan;
  • IV.- El sistema es autopoiético, esto es, se regula a sí mismo, anulando, adaptando u absorbiendo los desequilibrios que el mismo sufre desde dentro del sistema.

De las 4 conclusiones aportadas, quedémonos con una especialmente por lo que implica para nuestra tesis –la III-, la que afirma que es precisamente de la presión e inestabilidad a la que se somete al sistema de donde éste consigue evolucionar. Si esto es así, tal como parece apuntar la sociología moderna basada en la Teoría General de Sistemas, entonces, ir contra el sistema intentando desestabilizarlo es lo mejor que podemos hacer por la pervivencia y la sana evolución del mismo. Y al contrario, las sociedades muy estáticas, ausentes de crítica o demasiado acompasadas al sistema, acaban llevando al sistema a un punto muerto y finalmente a la extinción. Luego, esa demonización y desprestigio constante del concepto “antisistema”, ese situar a todos los altermundistas del lado de los “malos” no parece tener mucha razón de ser, y debería ser al contrario, y estarnos agradecidos por intentar llevar al sistema al desequilibrio, ya que al hacerlo lo estamos mejorando.

Creo que es especialmente importante resaltar el detalle que acabamos de mencionar, porque es la propia Ciencia en este caso –la que estudia los sistemas de manera abstracta y también la que estudia los sistemas concretos- la que nos anima ahora a ir contra el sistema. La Ciencia, no hablamos de una mera opinión, una consigna o un alegato, es la Ciencia quien lo dice. ¿Alguien se atreve a discutir a la Ciencia? Es importante por cuanto que devuelve a los movimientos altermundistas, a los antisistema, a los utópicos, a los pacifistas que dicen no a la violencia del sistema o a los que se niegan a dejarse dominar por él, y, en definitiva, a todos los que luchan por un mundo mejor con fórmulas distintas, al lugar que les corresponde a la vanguardia de la sociedad, pues sin saberlo, con acciones contra el sistema estamos evitando que el mismo colapse por su propia dinámica de pasividad y autocomplacencia.

Otra conclusión a destacar es la II, la misma que apunta que el sistema se autorregula solo. Da razón de ello el concepto de “retroalimentación negativa” tomado de la Cibernética, y se entiende muy bien con la metáfora del termostato. A saber: el termostato no es más que eso, el aparato que usan tantos mecanismos para liberar presión o temperatura cuando el sistema para el que trabajan se ve llevado a una situación que pone en peligro su estabilidad. Pensemos en el termostato que tienen los calentadores de agua o en el que usan los sistemas de calefacción en nuestros hogares para mantener la temperatura en unos niveles óptimos, y llevemos este ejemplo al plano de lo social: sucede exactamente lo mismo.

En tal sentido, no hay duda de que nuestro sistema está sufriendo los niveles de presión más altos que se recuerdan, hasta el extremo de rozar el riesgo de colapsarse. Conflictos armados, revueltas populares, hambrunas, desastres naturales, terrorismo, precariedad laboral, desigualdades crecientes, cambio climático, paro, crisis económica, crisis social, crisis energética o crisis política, todo contribuye a meter presión en el sistema. La cuestión radica en saber cómo liberará el sistema esa presión para recuperar la estabilidad. Ya lo está haciendo, en realidad nunca ha dejado de hacerlo. Lo triste del asunto es que libera la presión pero lo hace con medidas que arrastran al sistema hacia un funcionamiento más autoritario, injusto y acelerado. Quizás porque los que presionan y provocan esa gran inestabilidad en el sistema son los mismos grupos de poder interesados en que el sistema evolucione en beneficio de sus propios intereses, en detrimento del interés de la mayoría. Me vienen ahora a la mente los argumentos de Naomi Klein y su Doctrina del Shock, aunque hay muchos otros analistas que razonan sobre esto mismo. El mecanismo es bien sencillo: crean la inestabilidad de manera bien estudiada, introducen el miedo y con él elevan la presión en el sistema, y a través de un cuidado entramado de propaganda hacen ver a la ciudadanía que lo más conveniente es renunciar, resignarse, callar y aceptar lo que venga, lo que el poder decida, por muy cruel, absurdo o injusto que sea. Y en este punto entramos nosotros, los antisistema. Asumida la cualidad que el sistema tiene para autorregularse desde dentro, la cuestión es saber si todos los que queremos hacer de nuestro mundo un mundo mejor seremos capaces de presionar al sistema para que se autorregule en la dirección que deseamos, hacia una mayor justicia social, un justo reparto de la riqueza y una disminución de la violencia.
antisistema

Difícil tarea parece, pero… nadie dijo que fuera fácil. Sea como fuere, al menos ya sabemos que hacemos bien en ir contra todo lo malo que el sistema tiene. Lo dice la Ciencia.