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Sobre cómo los periodistas cavaron su propia tumba.

Compartía el otro día un twitt del fantástico periodista que es David Cuesta, en el que denunciaba cómo una empresa pública del Cabildo estabiliza una plaza de periodista sin exigir titulación de periodismo para la misma, bastando con el Graduado en Secundaria. Compartí su denuncia porque estoy de acuerdo con él en que no se puede devaluar el periodismo hasta esos extremos. También es conocida la baja cuantía de los salarios de los periodistas, y esta misma mañana escuchaba a un famoso locutor grancanario denunciar que hay periodistas que ganan lo mismo que una cajera de supermercado. Pero la realidad es que si nos vamos a buscar el origen de esta devaluación profesional, parece que la responsabilidad básicamente es del propio periodista que ha dejado corromper y devaluar su profesión sin oponer la más mínima resistencia, siendo además partícipe importante de esta misma corrupción.
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Por desgracia no hace falta argumentar mucho para sostener esta última afirmación, cuando tenemos en España a la mayoría de medios de comunicación con periodistas que no informan de toda la verdad, ni de todo lo que sucede, solo nos cuentan mayoritariamente la verdad que interesa a los que mandan o tienen el dinero, o la que interesa a la corriente ideológica que defienden, una información por cierto, casi siempre envuelta en una pátina de propaganda y adecuada presentación para parecer más o menos de lo que en realidad es, según interese. Es bastante triste admitir que esto es verdad, especialmente para los que como yo -quería ser periodista de joven- apreciamos el valor que tiene la democracia. Una democracia que cojea bastante cuando el ciudadano no puede recibir información veraz y completa de lo que pasa, que es justo lo que sucede ahora y desde hace bastante tiempo. Y alguien podrá decir en este punto: ¿si esto es lo que ha sucedido siempre por qué esta devaluación reciente tan acusada del periodismo? Es sencillo: hasta hace diez o quince años, la información que circulaba a disposición del ciudadano la distribuían básicamente los medios de comunicación de toda la vida, conservando de alguna manera el monopolio de ese servicio. Y ya sabemos lo que pasa en el capitalismo, cuando hay un monopolio o un oligopolio de algo los precios se mantienen altos. Pero ya hace tiempo que la gente mayoritariamente se informa por otros canales alternativos gratuitos que no son los grandes medios de comunicación, a través de multitud de plataformas digitales y redes sociales, cansados de que en los grandes medios de comunicación les cuenten siempre la misma milonga prefabricada que interesa al poder de turno. Cierto que tampoco es oro todo lo que reluce por los canales alternativos, por aquí también hay mucha fake news y mucha información manipulada, aunque esta es otra historia, otro problema en tiempos de postverdad, hablamos de lo difícil que le resulta al ciudadano medio de hoy en día distinguir la verdad de la mentira.
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El asunto es que hace quince o veinte años los ciudadanos debíamos tragar con los medios de comunicación generalistas porque no había básicamente otra cosa, pero hoy la mayoría de la gente sabe ya que los grandes medios intentan engañarlo o manipularlo, o arrimarlo hacia su corriente, de modo que muchos optan por medios alternativos y por las redes sociales. Cuando esto ocurre, como ya ha ocurrido, se acabó el monopolio o el oligopolio, la prensa termina vendiendo humo y la gente no compra humo. La resultante final de todo esto es que el propietario del medio de comunicación o el político de turno que tiene que contratar al periodista, sabe que el periodista es poco menos que una prostituta -como dijo en su famoso discurso el periodista John Swinton… ¡en el año 1880!-, que dirá o escribirá lo que se le pida sin ningún valor o esencia que guardar.
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Para que entiendan mejor la gravedad de lo que esto supone les propongo una sencilla comparativa. Imaginen la profesión médica con su famoso juramento hipocrático, hoy día los médicos todavía mantienen unos sueldos medianamente altos (aunque también se han devaluado producto de la lógica perversa del capitalismo salvaje), porque entienden el valor que tienen la salud y la vida humana, conscientes de que un diagnóstico erróneo puede llevar a la muerte de una persona. Por este preciso e imperativo motivo, los que mandan y contratan a los médicos tienen que seguir contratando a profesionales de la medicina y no al primero que pasa por allí diciendo que sabe. Digamos pues que en la salud hay un consenso general, la ciencia médica es un dogma y no es tan fácil pervertir, corromper o manipular. Ahora cambiemos este mismo análisis y llevémoslo a la práctica periodística, a diferencia de lo que pasa con el valor que se le da a la salud y a la vida humana, en este caso nadie pareció darle nunca el valor que merece la información veraz, nadie se paró a pensar en los efectos tan nocivos que para la población tiene una información errónea, no calcularon la cantidad de gente que sufre por las mentiras generalizadas, y así acabaron los periodistas sin tener ningún valor o esencia que guardar. A diferencia del médico al que en sus años de universidad le enseñan algo que se convertirá en su esencia y distinción, un valor, una ciencia que no está al alcance de cualquiera, al periodista en sus años de carrera solo le enseñan una técnica, lo de escribir o contar algo medianamente presentable, sin nada más que guardar o que los haga imprescindibles, cuando además hoy en día eso de escribir o contar algo medianamente presentable está al alcance de muchísima gente.
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Y así se explica por qué hoy el periodismo está tan devaluado y mal pagado, ellos mismos cultivaron su propia precariedad. Quizás si en un pasado no tan lejano los periodistas se hubieran unido y hecho fuertes, y hubieran exigido el derecho a ejercer la libertad de prensa informando verazmente sin imposiciones ni obligaciones, que por otra parte está incluso recogido en ese panfleto mojado que es hoy la Constitución Española (artículo 20), tal vez hoy otro gallo nos cantaría. Ahora es donde vienen los argumentos socorridos de que el periodista también tiene que comer, que también tiene una familia y demás historias, está bien, lo aceptamos, pero eso es lo mismo que dice la prostituta que cede a los deseos del hombre que quiere comprarla, y aún así son muchas las mujeres que no se prostituyen incluso teniendo necesidades.
Espero que no me tomen a mal este artículo los y las periodistas que me lean, la mayoría de ustedes saben que lo que escribo o denuncio sale siempre de mi espíritu constructivo, confiando en que puedan mejorar las cosas. Y no lo van a creer pero por estas casualidades que tiene la vida, justamente hoy, cuando acabo el artículo y me voy al correo para enviarlo, me encuentro con un correo sorpresivo de la Asociación de Periodistas de Tenerife que me pide que actualice mis datos suponiendo que yo soy periodista. Por supuesto les he dicho que se confunden conmigo, no tengo ningún título de periodismo, no sé quién les habrá pasado esa información errónea. En cualquier caso, voy a atender a esto a lo que llaman señales del destino, y dado que justo hoy cuando escribo sobre el periodismo me llega un correo de la Asociación de Periodistas, algo que nunca me había pasado, les voy a remitir mi artículo a ver si puede servir de algo y se hacen ustedes fuertes en defensa de la libertad de prensa.

Eloy Cuadra, escritor y activista social.