Creo que nunca hice una declaración vital de intenciones, más allá de lo que han podido delatarme mis acciones en estos años, y este artículo pretende ser eso mismo, una especie de acta de ciudadanía, para quien pudiera interesar. Es hora de elegir, creo, entre el ¡Sálvese quien pueda! y el Principio Esperanza, y yo elijo. Ya se acabó el tiempo en el que podías ir a lo tuyo, atrás quedaron los años en los que el barro no te salpicaba, como apuntaba esa ilustrativa viñeta de El Roto: “Cada vez queda menos margen para mantenerse al margen”.
Es momento de tomar partido, porque hubo unos que ya lo tomaron hace tiempo (políticos y corporaciones, las dos caras de una misma moneda), y parece que no pensaron demasiado en nosotros. Se trata de decidir qué hacemos, nosotros, los de la calle, cuando ya, con plan o sin plan, parece que se han cargado a la clase media, y prácticamente solo quedan “ricos” o muy “ricos”, pudientes y poderosos a un lado, y al otro lado el resto, la gran mayoría, repartidos entre “pobres”, muy “pobres”, precarios sobrevenidos, apurados, supervivientes, aguantados, trileros de poca monta, pequeño rentistas, gente que anda en el filo y algún que otro burgués que aún no se dio cuenta de qué va la cosa.
En este contexto desolador tres son las opciones que se nos plantean. LA PRIMERA te la ofrecen los de arriba, aunque antes te cuentan un relato, te hacen ver que son las circunstancias, la coyuntura, la mala suerte, las dinámicas globales que nadie controla, un virus, el cambio climático o cualquier otro argumento en el que ellos, benefactores de la sociedad, nada tienen que ver y tampoco nada pudieron hacer. También te van a contar que todo está muy peligroso, que la gente es mala muy mala, especialmente si son diferentes a ti, de otro país o con otro color de piel. Una vez planteado el problema ellos mismos te ofrecen la solución (La doctrina del Shock), que no es solución en realidad, son medidas paliativas a modo de subsidios mínimos y trabajos cada vez más precarios y esclavos, producto de la coyuntura económica global, para que entiendas que debes aceptar llevar una vida sufrida y miserable pues es lo mejor que te pueden ofrecer, en el mejor de los mundos posibles, dadas las circunstancias. La otra parte de la solución es el tema de la seguridad, y como te han contado que el mundo está feo y peligroso y tú te lo has creído, sobre la marcha nos imponen una serie de medidas restrictivas y privaciones de derechos, qué hay que aceptar sí o sí pues no hay otra alternativa. Entonces te dirán algo así como: “¡Quédate en tu casa, obedece, contrata un sistema de vigilancia y desconfía de todo el mundo, nosotros hacemos lo que podemos pero eso es lo que hay!”. Se trata pues en esta opción de callar, confiar, aceptar y obedecer.
De esta salida hacia la esclavitud que nos ofrece el sistema parte LA SEGUNDA OPCIÓN, que no es otra que el ¡Sálvese quien pueda! Porque la mayoría de la gente a estas alturas de la película ya saben que nos están mintiendo, no se creen el relato o se lo creen en parte, y en esas han de sobrevivir, y sobreviven, aceptando que nada se puede hacer por cambiar el plan impuesto y que ni el ser humano ni el mundo tienen solución. Una vez que se ha asumido esto ya solo te queda preocuparte por lo tuyo y adaptarte, y mentir y manipular, y tomar y coger, y pisar y golpear, y correr y escapar, y salvarte tú como sea antes que el otro, para tratar, quien sabe, de estar algún día del lado de los “ricos” y poderosos. El problema de optar por esta segunda opción es que siempre vas a estar solo, si te va bien y consigues mantenerte arriba perfecto, pero si en este loco sálvese quien pueda te caes y te vas quedando atrás, entiéndelo, también ahí vas a estar solo, y te pisaran y despreciaran, nadie te va a tender una mano, nadie va a esperar por ti.
Y al fin llegamos a LA TERCERA OPCIÓN, la de los ilusos, la única posible en cambio para mí. Y es curioso porque tiene el mismo punto de partida que la anterior: ser conscientes de que nos engañan. Y así es, tampoco yo me creo el relato que nos cuentan, soy consciente de que nos manipulan y reconozco la crueldad de un sistema injusto y salvaje, pero a diferencia de los anteriores, yo no opto por el ¡sálvese quien pueda!, porque entiendo que eso es también lo que el sistema quiere que hagamos. En su lugar prefiero invocar a algunos de esos pensadores rebeldes que me acompañan desde hace años, y practico la philía, como decía Epicuro (“la philía hace su ronda alrededor del mundo y, como un heraldo, nos convoca a todos a que nos despertemos para colaborar en la mutua felicidad”.), y acudo a la llamada del rostro del Otro que sufre, como decía Levinás, y desobedezco, sobre todo desobedezco, como decía Thoreau (“La desobediencia es el verdadero fundamento de la libertad”).
Y así el sistema me dice que he de tener miedo, entonces desobedezco y procuro no tenerlo; y cuando el sistema me sugiere que compita, que desconfíe, que me proteja, que acumule, que me aísle, que tema y hasta odie al diferente, hago justo lo contrario y coopero, y confío, y me doy, y reparto, y me enfrento cuando la injusticia duele, aún a riesgo de salir mal parado, y no odio ni temo al diferente, solo lo observo, entiendo sus diferencias y sus necesidades y trato de aprender de él. Cuando me dice que no se puede bailar, que hay que ser serios y retraídos, yo enciendo la música y subo el volumen. Y cuando intenta convencerme de que vivimos en el mejor de los mundos posibles, yo pienso que es uno de los peores, y me imagino otros, más alegres, más empáticos y solidarios, y por ellos trabajo, aunque se vean casi imposibles hoy, tal vez un poco menos mañana. Y así voy viviendo, con el Principio Esperanza (E. Bloch) por bandera. Cierto, en ocasiones tengo momentos de crisis en los que dudo si valdrá la pena. Cuando eso sucede vuelvo a invocar a mis ilustres compañeros de viaje (“you may say i am a dreamer, but im not the only one”) y me doy cuenta que no estoy solo, entonces me animo otra vez y sigo adelante. Y en el fondo no me considero nada especial, acaso no tan diferente a los que eligen otras opciones temerosas o egoístas, es solo una forma más de supervivencia. Supongo que, si no pintara el mundo tal como lo hago, ya habría muerto producto de una depresión o algo parecido. Y bueno, es fantástico si has leído hasta aquí, ahora te toca decidir a ti.
Eloy Cuadra, escritor y activista social.