Fue a una de las primeras playas que fui cuando llegué aquí hace 26 años, quedé impactado con la magia y el encanto de aquel lugar, arena negra interminable y la montaña roja al fondo. Entonces no lo sabía, con el tiempo lo comprendí. No se trata solo de un hotel un poco más cerca de una playa, no es solo una cuestión de dinero, de lucros cesantes o lucros crecientes, aquí es mucho más que eso, y el canario que no lo vea, lo siento por él, o nunca entendió la conexión tan especial que los isleños tienen con sus espacios naturales o ya dejó de sentirlo y está completamente institucionalizado por el sistema, convertido aún sin saberlo en un perfecto esclavo al servicio de los poderosos.
¿Imaginan un mamotreto de cemento junto a la gallega Playa de las Catedrales en Lugo? ¿Por qué no fue esa avispada constructora gallega a montar allí su hotel? Imposible, aquello ya lo declararon espacio natural protegido hace muchos años, y aunque no contara con ese título no se atreverían. Con todo, a los gallegos aún les queda su romana Torre de Hércules o su Catedral de Compostela, y con ellas otras muchas tradiciones y raíces culturales que conectan con lo más profundo de sus orígenes como pueblo. En Canarias en cambio no tuvimos apóstol predicando, no hay monumentos romanos ni catedrales góticas, todo lo que hay es de hace 500 años a esta parte y fue impuesto por la fuerza de las armas. Cierto, 500 años también son muchos y los vencedores bien que se encargaron de asentar sus tradiciones importadas al tiempo que borraban cualquier vestigio de lo de antes. Y así tenemos hoy muchas vírgenes y más de un santo a los que muchos canarios veneran, y el carnaval y las papas arrugás y los bailes de magos y otros tantos folklorismos. Nos debería valer con eso dirán algunos, y al carajo con las playas y otros espacios naturales que no son más que rocas y arena. Pero no es así, no para muchos canarios y canarias y para algunos adoptados como yo. No importa que en las escuelas no se cuente apenas nada de los que por aquí andaban antes que los españoles, y es que en muchos de los canarios de hoy en día subyace -aún sin percibirlo conscientemente- una conexión espiritual con ese pasado ancestral de aquellos primeros pobladores, una conexión que se manifiesta por un amor reverencial por nuestro entorno natural, así como los guanches, animistas, veneraban a la naturaleza en un barranco, en un viejo árbol o en una montaña. Y así el canario y la naturaleza, el amor por sus paisajes, por sus árboles, por sus playas vírgenes, su teide, su roque nublo o su caldera, son las raíces, es parte de la esencia, la idiosincrasia de este pueblo.
Por eso no es solo un hotel junto a la playa, están profanando un templo sagrado para mucha de la gente que ama esta tierra, cómo ya pasó con otros tantos en estos años, cuando algunos de los que nos mandaban soñaban con convertir Canarias en una especie de Hong Kong del Atlántico, a la par que se enriquecían con la famosa red clientelada. Muchos de éstos y sus amigos vienen ahora con el cuento de quién le pone el cascabel al gato con la millonaria indemnización que habremos de pagarle a la constructora galaica, y tal cómo están las cosas, cuando ya el dinero lo es todo es probable que a la mayoría convenzan con este económico argumento. Aunque no sé, por menos cosa que lo de La Tejita se echó abajo el mamotreto de Las Teresitas. ¿Cuánto vale salvar un espacio como ese?, me pregunto. O visto con otra perspectiva: ¿cuánto estaría dispuesto a sacrificar un asturiano o un conquense para evitar que construyeran un hotel de cinco estrellas junto al santuario de Covadonga o al pie de las casas colgantes de Cuenca? De nuevo impensable porque en Asturias o en Cuenca nada de esto pasaría, quizá porque ellos sí que saben identificar lo que les es importante. Pues si hay que pagar se pagará, aunque nos duela, y puestos a pagar que paguen también cuántos políticos, técnicos o cargos públicos hayan estado implicados en este expediente lamentable. Claro que para que esto ocurra habríamos de tener unos mínimos de democracia, cierta autonomía política para no depender de lo que digan en Madrid y a algunos gobernantes valientes dispuestos a cambiar las cosas, y mucho me temo que por estas latitudes nada de eso se vislumbra. Así las cosas solo nos queda aguantar, denunciar, hacer el ruido que podamos o escribir cosas como esta, plantando la batalla que se nos ocurra en apoyo de esas dos valientes que a día de hoy siguen ahí arriba, jugándosela, subidas en lo alto de esa grúa funesta.
Eloy Cuadra, escritor y activista social.