Como casi siempre, quizá interesadamente, la atención en este país se centra en lo anecdótico. Ante la magnitud de la tragedia, el desconcierto generalizado y el Apocalipsis económico al que desembocamos, el tema de la semana son las fake news y un alto mando de la Guardia Civil que dijo lo que no debía decir. A pesar del título no van a encontrar aquí defensa alguna del anglicismo que ahora usamos para definir a esa clase de mentiras y a pesar de ello van a quedar salvadas, de momento, a falta de un análisis en profundidad del tema en cuestión. Y es que una vez más tendemos a abordar las cosas en el plano corto, sin perspectiva alguna, y el resultado en este caso al menos resulta contraproducente por lo que lleva aparejado.
Porque por mucha palabra inglesa que usemos o por novedoso que sea el formato, por muy cruel, zafio, injusto o repugnante que resulte, al fin y al cabo se trata de una mentira. Si con la mentira te atacan a ti, a mí o al gobierno que sea, la opción no debe pasar por secuestrar la publicación, cerrar perfiles, bloquear cuentas o mandar a un policía. ¿Dónde está la presunción de inocencia?, ¿cuál es el delito?, ¿quién es el autor?, empecemos por aquí. ¡Ah que es un medio de comunicación!, no sé de qué se sorprenden, llevamos tantos años jugando a eso que a la gente ha terminado por gustarle la prensa y la televisión basura, como les gusta la comida basura, el cine basura y hasta la política basura, en definitiva, todo lo que huela a insulto o polémica gratuita con poco o ningún contenido. Nos guste o no hay gente que demanda esos productos, ¿cuántos canales habríamos de cerrar entonces?
A mi modo de ver solo hay dos formas de luchar contra esto, una ya está recogida en nuestro ordenamiento jurídico en forma de calumnias o injurias y permite al agraviado defenderse cuando así lo considere, resultando, todo lo demás, del lado de la libertad de expresión qué mucho debemos defender y también mucho se han encargado de cercenar en los últimos tiempos. La otra forma es cambiar la cultura y los gustos de un pueblo para que la gente deje de necesitar de estos productos basura, algo ciertamente más complicado.
Pero volvamos, démosle otra vuelta al asunto, veámoslo con la gravedad que el momento requiere. La situación que está viviendo nuestro país es excepcional, no se pueden consentir semejantes informaciones que solo añaden confusión, ansiedad y el caldo de cultivo perfecto para la confrontación eterna. Bien, sí, estoy de acuerdo, pero si se trata de poner remedio a esta perniciosa conducta, vayamos al origen, contra la falta de honestidad arraigada, donde probablemente esté la simiente de este problema recurrente, no contra la libertad de expresión.
Respondan ahora, y sean sinceros: ¿qué figura les viene a la cabeza si les digo la palabra mentiroso? Cierto, unos verán a Sánchez, otros a Iglesias, o a Torra, a Casado, Abascal, el Alcalde, un Diputado o el Senador de turno. Y ahí radica el problema, la mentira, especialmente en este país, es patrimonio destacado de esta clase profesional que se hacen llamar políticos. Veamos si no algún ejemplo: el trío de las Azores, ¿lo recuerdan verdad? Ahí estaba nuestro presidente entonces, allá por el año 2003 asegurando que en Irak había armas de destrucción masiva, una gran mentira que nos llevó a una guerra absurda y que un año después a modo de represalia nos trajo de vuelta la sangre, en los luctuosos atentados de Madrid. Y aún no contentos con eso sus señorías de las gaviotas nos quisieron mentir más asegurando que aquello había sido cosa de ETA. Con estos dos ejemplos de mentiras políticas vemos cuan graves y dolorosas resultan, mucho más que una fake news, un bulo o una media verdad y sin embargo nadie parece reparar en ello, una vez más los árboles no nos dejan ver el bosque.
Aclaro, con estos dos apuntes no quiero que parezca que la mentira es exclusiva de los señores de la derecha, la manejan bien todos, y casi diría que es requisito indispensable para formar parte de esta élite lamentable. Hasta tal punto es costumbre esto de mentir en nuestra clase política, que en los últimos tiempos nos han sonrojado de vergüenza con másteres que no cursaban, títulos que no tenían y tesis que copiaban, y hasta se han hecho rankings para ver qué candidato mentía más en los debates electorales. Con esto creo que va quedando claro por dónde van mis argumentos. En otros países de nuestra vecina Europa, cuando un político es cazado en una mentira de cierta envergadura es cesado o dimite al instante, en España no, porque ellos son clase, señoritos, son casta, están a otro nivel, más allá de los mortales. Está conducta repetida, aplaudida y premiada en el tiempo acaba por convertirse en norma y muchos ciudadanos la interiorizan y la hacen también suya. No se trata pues de la mentira, es la falta de honestidad hecha costumbre, es el poco respeto que se le tiene a la verdad y a la honradez por estas latitudes hispánicas, como tampoco se trata de la pobreza -en España al menos-, es el mal reparto de la riqueza. En cuestiones cómo estas en las que tanto nos jugamos hay pues que apuntar bien. De modo que si este Gobierno quisiera en verdad cambiar las cosas, debería empezar por no tomarnos por tontos y poner el foco en la raíz del problema, pero claro, si hicieran eso igual debían dimitir más de la mitad de los que están.
En resumen, en tiempos de posverdad las fake news son malas pero son solo un producto ciudadano, a menudo individual, a veces anónimo, casi siempre muy poco pensado y por ello fácilmente desmontables; las mentiras políticas en cambio, son mentiras institucionales, públicas, estudiadas, maquinadas y en ocasiones disfrazadas de manipulación con intención de engañar a un número muy elevado de personas, cuando no son omisiones deliberadas y maliciosas de información que la gente debería conocer. Si vamos contra unas hemos de ir contra estas últimas primero. ¿Por qué no un código deontológico de buenas prácticas políticas asentado en la Constitución? No estaría mal ahora que estamos de reformas estructurales.
¿Entienden ahora lo que nos estamos jugando? Si tragamos con lo que nos quieren colar atacando las fake news y olvidando el origen, nos pegaremos un tiro en el pie y sin darnos cuenta nos estaremos acercando peligrosamente a un estado totalitario. Si eso es lo que quieren, bien, adelante, pero luego no digan que no les avisé.
Eloy Cuadra.