¿Determinismo o libre albedrío?, vieja dialéctica esta, casi tan vieja como la humanidad misma, que hoy quiero poner en relación con la conciencia cívica y los cambios que proponemos y fomentamos en nuestras sociedades. Y es que de cómo entendamos el mundo y al ser humano, libre o determinado, dependerá muy mucho cómo procedamos en nuestro día a día y cómo justificaremos lo que pasa.
Pensemos en cuestiones socialmente importantes, el derecho a la vivienda por ejemplo, el derecho a unos ingresos mínimos para no morir de hambre (Renta Básica), las desigualdades entre hombres y mujeres, o cualquier otro asunto de interés general que preocupan a mucha gente por aquí y por allá. Si tomamos cualquiera de las tres cuestiones mencionadas bajo la óptica de libre albedrío, tendremos a personas que deciden estar a favor o en contra, y lo estarán porque así lo han decidido libremente en base a su mucha o a su poca capacidad de discernir, sin coacciones o manipulaciones de terceros. En base a esta doctrina-filosofía del libre albedrío, cada ser humano es libre y responde como tal ante la sociedad, por sus aciertos con recompensas y por sus errores con castigos. Conviene saber que esta doctrina en la actualidad y siempre donde más se ha aceptado como realidad psíquica del ser humano ha sido en el ámbito de lo religioso. Se entiende bien, es la forma que tienen muchas religiones de liberar a Dios de responsabilidad sobre lo que ocurre, especialmente si lo que sucede es malo, siendo cosa siempre de las personas. Si cambiamos a Dios por el sistema, el establishment, nuestros gobiernos, tendremos el mismo razonamiento para librar de culpa por todo lo malo que sucede en nuestras sociedades a las sociedades mismas y a las personas que dirigen nuestros destinos desde los espacios donde se deciden las cosas. No en vano hace tiempo que adoptamos la democracia como sistema de gobierno (se ha comprobado que no hay mejor sistema), y aquí se respetan los derechos humanos, se defiende la legalidad y todo el mundo tiene las mismas oportunidades, de modo que si hay delincuencia, miseria, corrupción política y otros desvíos de la norma es cosa de las personas, algunas, viciadas, defectuosas, que tomaron malas decisiones y tienen lo que merecen, y deben pagar por ello, encerradas de por vida si es preciso.
En definitiva, la doctrina del libre albedrío construida desde la libertad individual hace a las personas buenas o malas bajo una premisa muy sencilla, y muy perversa: la gente es buena si está de acuerdo y respeta la posición que yo, o el sistema, defendemos, y es mala, o aún peor, están tarados, si optan por una posición diferente y de algún modo contraria. Y con todo lo peor no es esto, es lo que deriva como consecuencia de aplicar esta filosofía en nuestra sociedad, tres realidades que hoy bien estamos sufriendo todos en mayor o menor medida.
Una es la necesidad imperiosa de castigar, de golpear, de cargar, de amedrentar, para controlar. Es sencillo: la gente es libre, y mucha gente elige libremente ser mala; el sistema debe castigar a esa gente para seguir manteniendo el orden.
Otra consecuencia es la inhumanidad y la indiferencia de la mayoría al sufrimiento ajenos: dado que la gente es libre, pero mucha gente elige libremente la opción equivocada y acaba en la miseria, porque así lo quisieron, o nacieron en el país o en la familia equivocada, mala suerte en todo caso, lo siento pero no es cosa mía, ni del sistema, que no se puede permitir arrastrar con todo el mundo para salvarlos.
La tercera consecuencia es el fanatismo. El fanatismo, sí, porque si partimos de la base de que unos somos buenos y otros son malos, o están locos, lo más normal que puede ocurrir es que no estemos dispuestos a dialogar, a perdonar, a integrar o a aceptar a todos esos que son contrarios, raros, locos o malos. Piensen otra vez en las religiones, las valedoras de la doctrina del libre albedrío, son dogmáticas, son fanáticas, sus convicciones son inamovibles. Piensen también en los gobiernos que abundan hoy, cada vez más inclinados a la derecha, menos integradores, menos solidarios, más contundentes, más castigadores, más dogmáticos, más fanáticos. Aclaro, no obstante, que el fanatismo por desgracia -y lo se bien porque lo he sufrido- anida también entre los que se enfrentan al sistema.
Ahora tomemos los mismos tres asuntos importantes que mencionamos, o cualquier otro, y analicémoslos desde la óptica del determinismo, a lo que conviene recordar que son muchos los avances en el campo de la neurociencia que echan por tierra los planteamientos de la doctrina… ¡del libre albedrío! Y tendremos a las mismas personas que antes, unas a favor y otras en contra, pero no las veremos ya actuando y decidiendo libremente, las sabremos condicionadas por las reglas de conducta social, las modas, su educación, su familia, sus miedos o cualquier otro condicionante, obligadas a pensar y proceder de una determinada manera y no de otra. Las consecuencias de esta diferente manera de ver el mundo son claras, la primera, la responsabilidad, está repartida. La sociedad ya no se libra de lo malo que sucede en nuestro mundo, y nuestros gobiernos mucho menos. Los que hacen las cosas mal no pasan a ser inocentes, aclaro, pero estaban de alguna manera condicionados a hacerlo mal, quizá por culpa de nuestra forma de educar como sociedad, o de maleducar. Ya no son manzanas podridas en un cesto sano, es el cesto el que está mal y pudre algunas, o muchas manzanas. Ya no se trata de condenar, encerrar y apartar a los que lo hacen mal, se trata de reeducar, para condicionar a la gente a hacer lo que está bien y moldear así su destino por derroteros más beneficiosos para todos. Ya no hay buenos y malos, solo hay personas condicionadas a actuar de una determinada manera, y otras de otra. Y ya no hay ese “sálvese quien pueda” que abandona al que se queda atrás, pues no eran libres cuando decidieron los que se quedaron atrás, era culpa de la sociedad entera. Con este planteamiento casi estamos obligados -si queremos ser coherentes- a mirar bajo el prisma de la comprensión y la bondad a la gente -pues no hay buenos ni malos-, desterrando para siempre los fanatismos y con ellos también mucho odio, mucha violencia y mucha destrucción. Esta forma de coexistir en sociedad es por supuesto mucho más complicada, exige mucho más esfuerzo, más implicación, más compromiso y paciencia para entender el mundo, más voluntad de diálogo y de integración sin imposición, y sobretodo implica trabajar en la educación de la sociedad a largo plazo hacía nuevas formas de convivencia que hagan del cesto un cesto mayoritariamente bueno, que no pudre a sus manzanas.
Sobra decir en qué corriente me sitúo yo. Ya, ya sé que este planteamiento determinista -buenista- mío está a años luz de lo que tenemos hoy, por mucho que la neurociencia juegue a nuestro favor, pero quería expresarlo en unos cuantos párrafos. Quería expresarlo precisamente ahora que ya estoy retirado del activismo social, para que entiendan un poco mejor cuál es y ha sido siempre mi punto de partida en las luchas sociales. Así tal vez entiendan por qué era tan difícil encasillarme, “parecía de izquierdas pero”, “era guardia civil pero”, “ayudaba a la gente pero”, “denunciaba al sistema pero”, los peros venían siempre porque no podían situarme en el prototipo típico de activista social ideologizado perfectamente alineado en un bando, aparecía como un tipo raro, siempre a contracorriente, siempre con algo diferente que decir. Entiéndanlo, bajo mi humilde visión de las cosas, los que están a favor de este sistema económico injusto y cruel que nos gobierna no son siempre los malos, y tampoco son siempre los buenos los altermundistas que luchan en pos de otro mundo más justo. La cosa no es tan sencilla como trazar una línea y poner a unos a un lado y a otros a otro, y ahí está el problema, que la mayoría a un lado y a otro lo hacen así, convertidos en fanáticos y fanáticas de una visión, de una idea, a ambos lados, suponiéndonos a todos y todas libres cuando no lo somos.
Eloy Cuadra