Nunca antes hasta hace unos días me había cuestionado si era o no era feminista. Sin conocer a fondo la teoría, creía que lo era por mi manera de pensar y de actuar en relación con la mujer y conmigo mismo a lo largo de mi vida, pero tras ser acusado de unas cuantas cosas, entre ellas de “machirulo” (extraño vocablo despectivo usado en el argot feminista para definir al hombre machista, chulo, pirulo), me he visto obligado a repensar lo que soy y donde estoy en relación con el feminismo.
Y es que la historia de mi vida ha sido casi desde el principio un continuo rebelarme frente al patriarcado. Ya desde muy joven frente a un padre prototipo de los padres de antes, no demasiado dialogante, por usar un eufemismo adecuado. Así, marché de casa muy joven para librarme del yugo del patriarcado familiar, y tras unos años intentando encontrar mi sitio, en uno de mis primeros trabajos volví a tropezar otra vez, sin saberlo, contra la misma piedra del patriarcado, en ese mundo de hombres uniformados donde todo se decide en base al ordeno y mando. Al cabo de unos cuantos años comprobé que aquel aparato era sobretodo una máquina de machacar personas, y me rebelé, y me rebelé tanto que casi acaban también conmigo. Poco tiempo después andaba trabajando codo con codo junto a otros activistas de ese otro mundo posible, tendiendo una mano a los inmigrantes africanos que tocaban a la puerta de nuestras sociedades privilegiadas, denunciando una vez más la crueldad y la falta de humanidad del patriarcado institucional. Así pasé unos cuantos años, de mucha lucha, hasta que un día me invitaron a conocer a una señora activista social llamada Rosi Cubas, y sin darme cuenta, al poco habíamos montado una plataforma ciudadana para rebelarnos contra el patriarcado social e institucional que olvidaba hasta dejarlas morir a las personas sin hogar en nuestras ciudades. Desde entonces hasta la fecha, si algo he hecho en siete años ha sido ayudar y defender a madres en situación precaria, abandonadas por sus maridos y machacadas por el sistema, por un sistema patriarcal, machista, capitalista donde nada eres si nada tienes. En ese transcurso he sido también padre, madre y ama de casa con todas las labores incluidas, he escrito cuatro libros que son leídos sobre todo por mujeres -entre los hombres me tachan de demasiado sensible-, y leo poesía, y me gusta la cocina, y la pintura y la música y otras muchas artes, y lloro a menudo ante las cosas bellas y ante las injusticias, y detesto la violencia, cualquier tipo, y asumo que vivimos en una sociedad patriarcal que subordina a la mujer con respecto al hombre en infinidad de espacios, y la cosifica sexualmente, y la maltrata, y la violenta, y la usa, y la mata, y no me gusta nada todo eso que les pasa. En verdad, es un horror lo que les pasa, y no lo entiendo, no entiendo a los hombres, casi diría que he llegado a despreciar muchas conductas típicas de los hombres, y sin embargo, acabo, en el mismo saco donde parece que acabamos todos los hombres para algunas feministas, salvo que renuncies a todo lo que el hombre es y te subordines sin opinión a esta nueva ola en la que se ha convertido el movimiento feminista en según qué ámbitos.
Y esto no lo digo yo, basta acudir a cualquier ideóloga del feminismo, preguntarle a alguna o acercarse a alguna charla, te dirán que el hombre sólo puede jugar un papel secundario en esta lucha de liberación de la mujer, siendo ellas las encargadas de decidir “la forma y el modo en que quieren ser liberadas” (Macarena Neva Delgado, Licenciada en Pedagogía y Ciencias de la Educación, militante de la Asamblea Feminista Las Tres Rosas de El Puerto de Santa María). Al hombre no se le pregunta, el hombre no opina, no propone, no decide, el hombre solo puede trabajar con otros hombres en eso a lo que llaman “nuevas masculinidades”, y apoyarlas a ellas en su lucha por la igualdad frente al dominio del patriarcado. El hombre, en este contexto de ninguneo y de cerrazón de la mujer entre las mujeres, de entrada siempre es sospechoso, de machista, como poco. Como dicen en esas películas americanas: “cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra ante un tribunal”, así que mejor no hables, no digas nada, y por supuesto, si vas a decir algo, si te atreves, no uses el masculino, dilo todo en femenino, como si sólo hubiera mujeres.
Por esto, por todo esto, creo que no soy feminista, no de esta clase. Nunca iré a una lucha por la liberación de nadie donde no se me escuche, donde no se me tenga en cuenta, donde no se integre mi manera masculina de ser, sentir y sufrir la violencia contra el grupo humano que sea, y solo se me permita apoyar lo que otras personas decidan por mí. Y es que de hacerlo estaría renunciando a la primera premisa de toda sociedad igualitaria que se precie, que no es otra que el debate, la puesta en común de ideas diferentes y la búsqueda de consensos integradores. Tal vez este feminismo extremo, por librarse de la dominación del hombre va camino de imponer otra dominación, la de la mujer. Y creo que se olvidan de un detalle: cuando se liberen, algún día, no van a ir a vivir a una isla gigantesca donde solo haya mujeres, me parece… ¡o tal vez sí! Así las cosas, por muy grande que sea el dolor, por muy obtusos que sean tantos hombres, por muy machista y patriarcal que sea nuestra sociedad, ustedes y nosotros estamos condenados a entendernos, nos buscamos y nos necesitamos, y solo juntos podremos salvar las diferencias que hoy nos hacen tanto daño. Así que bueno, si sirve de algo este alegato, si es posible, en adelante, luchadoras por la igualdad y los derechos de la mujer, téngannos un poquito más en cuenta, porque, no todos somos malos.
Eloy Cuadra
NOTA: En esto del feminismo, en muchos sitios se lee y se dice que las mujeres hacen su revolución, ellas, a su manera, sin contar con los hombres o contando con ellos solo como comparsas, como las personas negras hicieron su revolución en su día, en el Apartheid, sin contar con las personas blancas o contando solo como auxiliares. Pero este ejemplo de las personas negras y su revolución no es aplicable a la lucha por la igualdad de las mujeres, en mi opinión. Para empezar las personas blancas no sufrían el Apartheid de Sudáfrica, de ninguna manera, más bien lo aplicaban. Las personas negras que hacían la su revolución, hombres negros y mujeres negras, una vez libres podían vivir perfectamente sin mezclarse con las personas blancas, por los siglos de los siglos, de hecho, en la mayoría de los países del África negra la inmensa mayoría de la población por no decir toda, es negra.
En cambio, en el asunto que nos ocupa, el hombre sí sufre el patriarcado, como bien describo en mi artículo, en muchas de sus formas, algunas incluso más duras y peores que cómo lo sufren las mujeres, y el hombre también sufre la violencia y la discriminación contra las mujeres, pues son sus madres, sus hermanas, sus amigas, sus vecinas. Al margen de este detalle, las mujeres que hacen su revolución de esta manera tan excluyente, olvidan que no podrán vivir sin los hombres a los que excluyen, salvo que decidan extinguirse como especie o busquen otras formas de reproducción más modernas en las que no hacen falta demasiados hombres.
Esto así a bote pronto, pero si quieren podemos debatir un poco más en otros espacios, creo que no estaría de más. No es una lucha fácil esta de luchar contra el patriarcado, si van dejando a casi todo el género masculino y a buena parte del femenino de lado, van a quedar muy pocas, creo.
En cuanto a lo de que el movimiento feminista debe ser liderado por mujeres, de acuerdo, yo no digo que tengan que liderarlo los hombres. Para empezar no estoy a favor de ningún líder, en todo caso muchos líderes repartidos, pero si se impone una visión fija de antemano, entonces caemos en los mismos fallos fanáticos ideológicos de siempre. En todo caso, deberían liderar los más preparados y preparadas, independientemente de que sean hombres o mujeres, buscando la proporcionalidad si es posible.