En un recuadro del periódico, arriba en una esquina, una nota fría y sin alma informa de la muerte de una persona sin hogar habitual del Albergue Municipal de Santa Cruz de Tenerife, atragantado, en plena calle, en un banco de la avenida que solía frecuentar. Un varón, 61 años, iniciales J.L.G, no decía más. Entonces recuerdas, ¿JL? Bien podría ser Juan Luján, viejo amigo. Y al Albergue corro a preguntar rezando para que no sea él. Es la hora de la comida, 30 personas hacen cola y entre ellos no está Juan con su muleta y sus ojos tristes.
Conocí a Juan hace algunos años, los años fuertes de la Plataforma por la Dignidad, cuando las personas sin hogar ocupaban la mayor parte de nuestras luchas. David, Tomás, Rafa, Rosi Cubas, cuanto corazón, hacíamos un buen equipo. En esas Juan no era sólo Juan, eran Juan y Javi, inseparables de los bancos de la avenida Benito Pérez Armas. Se quejaban de las negativas del Albergue a dejarlos entrar a dormir, a poco que llegaran tarde o hubieran bebido. Y lo cierto es que bebían bastante, pero no era menos cierto que en aquellos bancos las noches de invierno eran duras y frías, muy frías, y la soledad era grande y oscura, muy oscura. Les llevábamos mantas, un café, reclamábamos a las autoridades locales por un trato más digno y mayor atención, y sobre todo hablábamos con ellos, haciéndoles ver que aquella no era vida. Es entonces, al hablar con ellos, cuando te das cuenta que detrás de aquellos dos borrachos simpáticos había además dos seres humanos muy válidos, muy preparados, gente hermosa, noble y agradecida. De Javi…, ¿qué puedo decir de Javi? Se te parte el alma cuando ves a un chico de no más de 30 años, culto, educado, que te habla varios idiomas, informático para más señas, que un día trabajó y ganó mucho, tirado en un banco cual desecho humano camino de una muerte segura. Pero Javi puso de su parte, quería salir de aquello, nosotros pusimos el resto y lo consiguió. Hace unos meses nos vimos por Santa Cruz, un abrazo sentido, recordamos los viejos tiempos, me preguntó por Juan.
¡Ay Juan… cuántas veces te lo dije! También con Juan lo intentamos todo, incluso más, él también quería salir de la calle y del alcohol y tenía ilusiones y proyectos, encontrar a su familia, alquilarse un piso, vivir. Cuando estaba bien hablaba incluso de colaborar con la Plataforma produciendo un programa de radio. Es que Juan Luján era periodista, de radio, de los buenos, hace años, sólo había que escucharlo hablar, tan sereno, tan culto, y hasta, diría, tan inocente. De mi experiencia he aprendido que a veces en las personas enfermas con este tipo de patologías la voluntad no es tan fuerte como el deseo y pocas veces pasan del querer y no poder. Aunque, bueno es decir que lo intentó hasta donde sus fuerzas le llegaron y a punto estuvo de conseguirlo. Pasó por Urgencias del Hospital, escribimos y pedimos por él y su mala salud a los Servicios Sociales del Ayuntamiento, una temporada en San Juan de Dios, ingresó en los Amigos de Lourdes para desintoxicarse y hasta logró alquilarse una habitación por unos meses. Pero, al final Juan volvió a caer, al alcohol, a la calle, al Albergue. Debió ser la soledad, muy mala compañera para personas que han pasado tanto y llevan tanto tiempo conviviendo con el alcohol. Javi tenía alicientes, tenía a su madre, tenía a su hermano, y llevaba menos tiempo; Juan estaba solo, tal vez por méritos propios, pues me consta que su escasa familia hizo lo que pudo mientras pudo. Sea cómo fuere, le faltó cariño, calor humano, y es que en el fondo, ¿qué somos, qué nos queda cuando no hay nadie con quien hablar, con quien reír, con quien llorar? En ese punto el ser humano se desvanece, y el abandono y la demencia es lo que viene.
Desde que supe de la muerte de Juan no ha parado de resonar en mi interior una escena de una memorable película antigua, ese enigmático “rosebud”, “rosebud” del Ciudadano Kane. El magnate multimillonario que lo tiene todo y muere triste y abandonado por todos, recordando un objeto de su infancia interrumpida. Charles Foster Kane habría dado todas sus riquezas por recuperar esa infancia feliz que le robaron siendo muy pequeño, y Juan Luján, como yo, y como tú, y como todos, sólo necesitamos, en el fondo, un poco de cariño, una sonrisa, que nos escuchen, ser importantes al menos para alguien.
Y este es mi pequeño homenaje a ese buen hombre que fue Juan Luján. Intento no sentirme mal, porque igual también yo podría haber hecho algo más por ayudarle y acompañarle cuando estuvo solo. Ahora ya únicamente me queda intentar que puedan darle una digna sepultura y descanse al fin en paz, pues hasta eso es complicado hoy en día en Santa Cruz de Tenerife si eres pobre.
Recuerden esta historia piensen en Juan y en Javi la próxima vez que vean a un sin hogar tirado en un banco, durmiendo en un cajero o hablando solo en mitad de la calle, también ellos tuvieron una infancia, y sueños, y proyectos, y seguramente quisieron a alguien y lo intentaron, pero no supieron, no eligieron bien, y al final, probablemente, no encontraron a nadie que les tendiera una mano.
Eloy Cuadra