“La sal de la tierra”, premiado documental, pude verlo no hace mucho. Abarrotada la sala, silencio sepulcral, no cabe un alfiler. Muchos, tragamos saliva, con la garganta encogida, lloramos, o aguantamos las lágrimas. Su protagonista, Sebastiao Salgado, cuenta en imágenes su peripecia de 40 años tomando fotos a la barbarie del mundo, y esa barbarie nos es mostrada de la manera más cruda. Así, en un momento de su historia, después de vivir de primera mano las hambrunas del Sahel, el genocidio ruandés, los balcanes y otros absurdos crueles de nuestra realidad más reciente, destrozado, roto, Sebastiao siente que ya no puede seguir siendo un fotógrafo social, no tiene más fuerzas, y se retira, a su Brasil natal, a plantar árboles para retomar con el tiempo la fotografía, ya en un estadio diferente, solo a animales y a otras naturalezas no humanas.
Salvando las distancias, en crudeza y genialidad, mil leguas por debajo del admirado fotógrafo, así también estoy yo ahora, incapaz de seguir mirando a los ojos a las miserias del pedazo de tierra en el que me ha tocado vivir. De naturaleza quizá demasiado débil, demasiado permeable, demasiado confuso, demasiado individualista, demasiado empático, demasiado denostado, o demasiado solo, tiempo ha que llevo meditando esta decisión. Y es que por aquí, siempre con los peores indicadores, son demasiadas las madres, demasiados los niños, a los que por más que ayudas no hayas la manera de hacerlos salir de ese estado de eterna precariedad. ¿Y qué decir de las batallas emprendidas? La recompensa está en el camino, cuenta el poema de Cavafis, pero, ¿qué pasa cuando ya no puedes caminar sin que te duela?
Y bueno, podría intentar animarme, el hecho de que hoy muchos son los que celebran la victoria de Syriza en Grecia, anunciando tiempos de cambio quizá también por aquí. Está bien pero, también celebramos hace años la victoria de Obama y hoy poco parece haber mejorado el mundo. Y no se trata de ser escépticos, pero es que a mí lo que en verdad me preocupa es lo que pasa en Canarias que es donde vivo, y aquí, mucho bueno no hay donde mirar. Por no ver, no veo que seamos ni tan siquiera capaces de entender aquí, en Canarias, el mensaje que nos viene de Grecia, que no es otro que el de la voluntad de un pueblo por recuperar su soberanía. Porque tengámoslo claro: en Grecia no ganó la izquierda, no ganó la derecha, no ganaron los radicales, han ganado los que no quieren ser dirigidos desde fuera como marionetas, llámese troika, llámese Banco Mundial, llámese Fondo Monetario o como quiera que se llame. Y en Canarias pasa exactamente lo mismo, es la soberanía, o la ausencia de ella, lo que nos condena, en el contencioso del petróleo, en las carencias educativas, en las renovables, en el REF, en los aeropuertos, en los modelos de financiación, en todo lo que nos afecta, siempre tutelados, siempre dirigidos desde fuera, sin posibilidad de plantar batalla, porque andamos la mayoría distraídos con otras cosas, con otras modas, venidas también desde fuera, buscando atajos o caminos fáciles que no son aplicables aquí, como nunca lo bueno llegó de manera sencilla.
Y aún peor si te acercas un poco a los procesos de unidad popular, lo primero que te encuentras es un partido intentando fagocitar a otro en algo pocas veces visto de manera tan descarada, se te va el ánimo al suelo nada más empezar. Y a pesar de todo haces un esfuerzo por participar en los procesos, y un día se me ocurre levantar la mano para hablar de la importancia de la generosidad, de la humildad o de hacer de manera diferente las cosas; la mayoría me miraron raro y siguieron a lo suyo, con sus luchas de poder, sus estrategias de poder y su lenguaje de poder, repitiendo siempre los mismos modelos, las mismas fórmulas, la misma gente, la gran mayoría de más de 40 años por cierto, entonces te preguntas: ¿no era esto una cosa revolucionaria, si muchos de ellos podrían ser hasta mis padres? Y al final, normal y lógico, no hay forma de entenderse, no hay unidad que valga, división del voto y a hacer el tonto.
Y así, entre miserias y dislates, acabo dándome cuenta de lo poco motivado que estoy para participar en aventuras en las que apenas creo, y a las que poco podría aportar por tanto. En este punto, lo más sensato es echarse a un lado a ver las cosas con más distancia, ya sólo como un espectador más, participante, si acaso en un mínimo grado, con estas reflexiones intempestivas que les mando de cuando en cuando. Sea cómo fuere, puestos a ser positivos y ateniéndonos a la cita atribuida a Bertolt Brecht que decía eso de: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.”, puedo decir que he luchado unos cuantos años, no soy imprescindible, pero tan malo, creo, no he sido.
Eloy Cuadra