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Cuando nadie conoce a nadie, sólo la solidaridad nos puede salvar.

Tiempo llevo dándole vueltas a este asunto con ganas de escribir algo y ya no podía aguantar más. Aparte que tocaba ya una reflexión global que se aleje un poco de los mil problemas locales que me tienen tan absorbido. Reflexión que en cualquier caso nos puede valer también para ponerla en práctica allá donde estemos. Porque… ¿qué es lo que realmente nos mata?: ¿la prima de riesgo?, ¿la corrupción?, ¿los recortes?, ¿la pérdida de derechos?, ¿el trabajo esclavo?, ¿Rajoy, Rubalcaba, Paulino, Merkel? Yo creo que no, yo creo que más allá de todas estas cosas lo que en verdad nos condena como sociedad es la incapacidad de salir de nosotros mismos, y el hecho de saber que en el fondo estamos solos en el mundo tal cómo fuimos aquí arrojados.

Prueba si no, a ver a cuánta gente conoces de verdad. ¿Cuántos amigos, cuántas personas conoces hasta el punto de poder decir que nunca te van a fallar? ¿Cuatro, cinco, tres, uno… nadie? Todos tenemos amigos, sí, y algunos también parejas, padres, madres, hijos, hermanos, pero… ¿son relaciones auténticas? O mejor preguntémoslo de otra manera: ¿pondrías tú vida en sus manos?, ¿confías plenamente en esa otra persona? En el fondo, salvo excepciones muy contadas, sabes que no. Crees que tienes amigos, te da la impresión de que te va bien con tu pareja, pero, desengáñate, cuando la cosa se ponga cruda, cuando llegue el momento de elegir entre el interés propio y lo que es justo -¿te suena esto del interés propio?-, ese otro en el que confías probablemente opte por el interés propio, un interés que no será el tuyo.
Y este es el verdadero drama de Occidente y tal vez ya el de la humanidad entera. Nuestras sociedades son conglomerados informes de individuos alienados encerrados en su propia subjetividad, temerosos, ignorantes, engreídos y en la mayoría de los casos con la empatía anulada hasta extremos que rozan la enfermedad. Todo empezó a fastidiarse, quizás, cuando le hicimos caso a Adam Smith cuando dijo aquello de: “no es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”. Y aquella frase se hizo dogma, y sobre ella se ha construido el mundo que hoy conocemos, y así, hoy tenemos inserta ya en nuestra más profunda psique a esa manera de pensar instrumental, calculadora, cosificadora y fría que acaba tomando a todo el mundo por un objeto más, carente de todo valor intrínseco más allá del valor de uso que pueda tener en un momento dado, vinculado a lo que nos interesa a nosotros y a nuestro beneficio propio.

Este es el verdadero drama de Occidente y tal vez ya el de la humanidad entera. No es sólo una crisis económica, es un colapso de los valores que antaño nos hicieron humanos. Y es así cómo nos topamos hoy con tantos absurdos crueles que nos llevan a pensar con mucha razón que este mundo se ha vuelto loco de remate. ¿O es acaso concebible que en una sociedad mínimamente sana pudiera haber un país con 3, 4 o 5 millones de casas vacías con otro tanto de millones de personas muriéndose de tristeza sin tener un techo donde cobijarse? Tan absurdo y tan cruel cómo tener a un tercio de la población viviendo bajo el umbral de la pobreza, con niños desnutridos y madres que pasan tres días sin comer por dejar para sus hijos, al tiempo que se tiran cantidades incontables de comida en los supermercados, con candados en los contenedores para hacerlo aún más cruel.

Por eso, o por esto, es por lo que llevamos ya unos cuantos años de depresión, de empobrecimiento y de caída en picado de todos los índices de bienestar humanos y no hay nadie que de con la tecla para cambiarlo. No hay nadie porque nadie se atreve a dar el primer paso hacia la renuncia, hacia un ser más generoso y donador que sea capaz de decir: “toma, esto es para ti amigo”, “después de usted”, o un simple “confío en ti”. Pensémoslo en la política o en la economía que nos dirigen: no hay nadie, político o empresario que esté dispuesto a dar el primer y arriesgado paso hacia la renuncia o la solidaridad en favor de los otros, siempre está antes el interés propio. Y tanto o más de lo mismo en la sociedad civil, muy bien trabajada por el sistema para que la solidaridad no pueda entrar por ningún lado, no una auténtica solidaridad. Hablo del culto exacerbado a la propia imagen, la imagen externa por supuesto, sin nada en la cabeza más que pelo para peinar, y hablo del miedo que nos han inoculado deliberadamente, con mil catástrofes, pandemias, atentados y enemigos escondidos. Así, egoísmo, ignorancia y miedo forman la ecuación perfecta para que optemos siempre por el interés propio en detrimento de lo que es de justicia.

Entonces… ¿qué hacemos? Pues, no sé, no hay formulas mágicas, y tampoco estoy seguro de que esta opción sirva para algo. Tal vez estamos ya todos muertos y aún no nos hemos enterado. En serio, no lo sé, yo también estoy a veces confuso, pero entre no hacer nada y hacer algo, no encuentro otra salida más que la solidaridad. Solidaridad, esto es: Sol(luz, fuerza, energía vital) y dar (tú primero) y dad (ellos vendrán después). Por eso, se trata de dar siempre el primer paso sin esperar a que otros lo den por ti. Se trata de dar al que lo necesita sin esperar a que te de siquiera las gracias. Se trata de tejer redes de confianza donde no necesitemos leyes ni policías controlando a todo el mundo, es confiar en el otro aún a riesgo de que nos traicione, y qué más da, si nos traiciona en el fondo se traiciona a sí mismo. Se trata de amar sin esperar a que nos amen primero. Se trata de caminar con poco o nada en las alforjas, así, tendremos mucho que ganar y menos que perder. Se trata de pensar primero que tal vez el otro tenga razón en lo que dice, y escucharlo, antes de hablar. Se trata de no tener miedo, bueno, esto es más difícil, aunque en mi caso es sencillo: la rabia, la indignación, y a veces el dolor, son mayores que el miedo que pueda tener.

Y se trata también de no confundir solidaridad con caridad, algo que conviene aclarar antes de terminar. Caridad por ejemplo, es lo que hace la Iglesia cristiana y todas las demás expresiones de generosidad afines. Pensemos en Cáritas, esa ONG tan nombrada en estos tiempos que corren, ellos dan pan a mucha gente y mitigan así algo el dolor y la miseria del mundo, en cambio, no levantan la voz contra los que generan esa miseria y ese dolor, cuando ellos, precisamente ellos, saben muy bien donde radica el problema y también por ende la solución. Luego, no son más que una gran mentira, presos otra vez de su interés propio. Una lectura similar podemos hacer de los sindicatos que dicen defender a los trabajadores pero no van hasta el final, o de los partidos políticos que dicen defender a los ciudadanos, o de las asociaciones y plataformas ciudadanas en apariencia muy combativas, y de los ciudadanos mismos, todos, todos, acabamos siendo esclavos de nuestros intereses propios, y todos somos por consiguiente, una gran mentira, incapaces de ir hasta el final en la lucha y el compromiso. Por eso, la solidaridad a la que me refiero aquí es algo más que un aparente compromiso mínimo con el Otro, con esta clase de solidaridad caritativa y miedosa ya hemos visto que no nos vale. Y es que la debacle, este horror que asoma por el horizonte al que parece que estamos avocados, necesita de una Solidaridad con mayúsculas que llegue hasta el final, y sea capaz de dar pan al que lo necesite y al tiempo no tenga miedo de ir con él, o sin él, a luchar contra el que le niega ese pan, a quitárselo de su despensa abundante, de su casa, de su banco o de su castillo si es necesario. Cierto que tal vez esté yo pidiendo con esto que seamos todos poco menos que héroes, pero es que tal vez sea eso ya lo único que pueda salvarnos.

Eloy Cuadra