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Tiempos de utopía.

¿Cómo afrontar un mundo que se desmorona sin desfallecer? Son tiempos de incertidumbre donde todo lo que creíamos seguro se desvanece bajo nuestro pies. Tiempos de pesimismo y también hoy más que nunca, tiempos de rebeldía, tiempos de lucha, tiempos de utopía. Pero, ¿sabemos acaso qué significa esa palabra? Puede que muchos sí, y puede que otros no, sea como fuere, vaya este alegato en favor del ser utópico como regalo a todos aquellos que luchan por eso otro mundo mejor.


Utopía, extraña palabra, ¿dónde está ese lugar que dicen es el no-lugar? Tal vez esté en Ítaca.

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos antes nunca vistos.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.







Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
(C. P. CAVAFIS)

O quizás se encuentre en una vieja cabaña a orillas del lago Walden, y es que allí alguien dijo un día que: Todos los hombres reconocen el derecho a la revolución, es decir, el privilegio de rehusar adhesión al Gobierno y de resistírsele cuando su tiranía o su incapacidad son visibles e intolerables. (H. D. Thoreau)

O tal vez esté en una fría aula de una universidad cercana, porque allí alguien dijo una vez que existe una Ley, la Ley de la Tasa Creciente de Viabilidad, que viene a confirmar que: algo que es inviable en un momento dado resultará viable en otro distinto sólo si se considera posible en el momento en que todavía es inviable. O, para decirlo de otra manera, algo que es inviable que ocurra en un momento dado resultará viable en otro distinto tan sólo si eso que hoy algunos tienen por inviable se acepta por otros como una meta política posible, se lo desea de forma sincera y razonable, y se persigue de manera intencional con una voluntad tenaz a través de una acción inteligente. (JCA)

O quizás la encontremos en algún lugar de Nueva Inglaterra, donde unos chicos en pie sobre sus pupitres gritaron a su profesor aquellos versos de Walt Withman: ¡Oh capitán, mi capitán!

Utopía, ¿hermosa palabra verdad? Pero, ¿qué más podemos decir de ella? Sin duda, que se ha pensado y escrito mucho sobre ella desde que Tomás Moro acuñara el término en su obra homónima. Aunque ya antes hubo otros que pensaron la utopía, con el mito de la Atlántida por ejemplo, o con la República el mismo Platón. Y no siempre se ha pensado la utopía como algo bueno. En literatura, y en filosofía tenemos numerosos ejemplos de ello, en obras como Walden Dos de B. F. Skinner, o Un mundo feliz o La isla de Aldous Huxley, con visiones muy pesimistas de sociedades hiperorganizadas.

En realidad, si nos pusiéramos es probable que nos encontráramos mucha más bibliografía redundando en las antiutopías, las disutopías o las utopías negativas. Cosa que no nos debería sorprender nada, pues si por algo se caracteriza el pasado siglo XX es por ser el periodo más violento, irracional y salvaje que la historia de la Humanidad recuerda, con dos guerras mundiales, las purgas estalinistas, el holocausto, las bombas atómicas, el Gulag, las guerras de Corea y Vietnam, las dos guerras del Golfo, los genocidios de Ruanda y Los Balcanes, Chechenia, Cachemira, Palestina, o el otro genocidio, el silencioso, el que padece África por las pandemias, el hambre y el olvido o la negación del hombre blanco.

No es de extrañar pues tanto pesimismo en una generación, la mía, la nuestra, y las que le siguen, con nula esperanza en un porvenir que parecía ofrecernos de la mano de la técnica un futuro abierto de posibilidades de mejora de la condición y el bienestar humanos, y que en cambio únicamente ha visto realizado lo contrario. De esta realidad tan cruda y del abatimiento y la desesperanza que ella provoca, es de donde nacen los muchos análisis que han acabado volviendo al género utópico contra sí mismo. En el siglo XX la utopía dejó de ser algo bueno en si mismo, y mucho se nos ha alertado de los peligros de las construcciones utópicas, de las soluciones finales o las fórmulas cerradas. Así, cualquier pretensión totalizadora del futuro, de nuestras vidas o nuestra forma de organizarnos queda inmediatamente satanizada.

Hoy, simplemente, no hay lugar para las utopías, y así lo argumentan los antiutopistas en una curiosa redundancia o doble negación, pues “utopía” significa precisamente el “no-lugar”. En realidad no hay lugar ni tan siquiera para proponerlas o pensarlas, por cuanto que, a lo largo de este pasado siglo y ya en el mismo siglo XXI hemos podido identificar varias utopías concretas traídas a la tierra que no han destacado por ser sociedades benefactoras y justas. Tal es el caso de la utopía marxista concretada en el comunismo, la utopía nazi, y hoy mismo la utopía capitalista del progreso continuo, la libertad, la abundancia y el bienestar perpetuo, de la que contemplamos en directo su estrepitoso declinar.
Parece evidente pues lo acertado de la crítica al pensamiento utópico, que a modo de resumen podría decirnos lo siguiente:

a). Los utopistas tienden a proyectar comunidades armónicas cuasi perfectas donde el orden prevalece sobre cualquier otra condición;
b). Dicho orden, a menudo, por no decir siempre, termina por imponerse en detrimento de la libertad (Maquiavelo: el fin justifica los medios);
c). Y la soñada sociedad ideal acaba convirtiéndose en una sociedad totalitaria y opresora.

Lo cierto es que más allá de la crítica y a partir de ella, las antiutopías, las utopías negativas, el fin de la utopía como happy end feliz al que soñábamos llegar algún día, lleva aparejada no pocas veces una reflexión pesimista y desesperanzada del futuro de la sociedad y el destino del hombre sobre la tierra, avocándonos a todos a un no-futuro o a la extinción de la especie humana.

Nada que objetar pero se trataba de buscar argumentos a favor del ser utópico, y parece que nos estamos alejando un poco. ¡Houston, tenemos un problema! ¿Cómo contrarrestar esta marea de argumentos contrarios a nuestros sueños utópicos?, ¿cómo volver a creer en el hombre, en su bondad, en sus posibilidades futuras después del fatal siglo XX que hemos pasado y el no mejor siglo XXI que sufrimos? ¿Dónde está ese otro mundo posible que predican los altermundistas?, ¿cómo han pensado construirlo?, ¿y a costa de qué, y de quienes? ¿No será acaso ese otro mundo soñado otra suerte de totalitarismo impuesto en nombre del bien común?
Por suerte, para mí, para todos, cuando hablamos de abstracciones mentales, de construcciones discursivas o realidades pensadas, especialmente en filosofía, siempre se puede hallar un argumento válido para enfrentar a otro argumento que no nos gusta. Y en esta aventura en busca de la utopía hallaremos esos argumentos en aquellos pensadores que sintieron la utopía como algo más que una proyección futura de una suerte de ciudad o comunidad ideal; lo encontramos en todos aquellos que vieron en la utopía una forma de ser –y una forma del Ser-, una manera de estar en el mundo proyectado siempre hacia el futuro. No se trata pues, según ellos, de construir hoy, en el presente, formas de convivencia o maneras de organizarse en un futuro del que aún no sabemos nada, se trata de vivir en el presente abiertos siempre hacia el futuro y en evolución continua hacia una posibilidad todavía no realizada pero posible. Algo que un vitalista como lo fue Ortega definió como “pura pretensión, viviente utopía”, la de unos seres, los humanos, utópicos individuos empeñados siempre en proyectar acciones y realizaciones, prometiendo, aspirando, actuando, soñando muchas cosas pero consiguiendo pocas.
Y es que para Ortega, efectivamente, el ser humano es un ser utópico por encima de cualquier otra caracterización. Algo que pudiera parecer paradójico porque contrasta con el marcado rechazo que Ortega siempre manifestó por las revoluciones y a las utopías clásicas, de las que destaca su “pueril esquematismo”, “su interno formalismo, su pobreza, su sequedad, en comparación con el raudal jugoso y espléndido de la vida”. Así, Ortega diferencia entre un utopismo bueno y uno malo, cuando afirma:


El mal utopista, lo mismo que el bueno, consideran deseable corregir la realidad natural que confina a los hombres en el recinto de lenguas diversas impidiéndoles la comunicación. El mal utopista piensa que, puesto que es deseable, es posible, y de esto no hay más que un paso hasta creer que es fácil. En tal persuasión no dará muchas vueltas a la cuestión de cómo hay que traducir, sino que sin más comenzará la faena. He aquí por qué casi todas las traducciones (realizaciones concretas de la utopía) hechas hasta ahora son malas. El buen utopista, en cambio, piensa que puesto que sería deseable libertar a los hombres de la distancia impuesta por las lenguas, no hay probabilidad de que se pueda conseguir; por tanto, que sólo cabe lograrlo en medida aproximada. Pero esta aproximación puede ser mayor o menor…, hasta el infinito, y ello abre ante nuestro esfuerzo una actuación sin limites en que siempre cabe mejora, superación, perfeccionamiento, en suma: “progreso”. En quehaceres de esta índole consiste toda la existencia humana.


Y en la misma línea de entender la utopía como una forma de ser abierto y puesto siempre hacia el futuro del hombre se sitúa alguien ideológicamente tan alejado de Ortega, conservador reconocido, como lo fue Ernst Bloch, alineado claramente en el marxismo. Y no por casualidad nos vamos a detener en Bloch antes que en ningún otro, pues fue él y no otro quien nos legó, quizá, la obra más grande que haya dedicado nunca nadie al tema de la utopía, o como él la llamó, la Esperanza.

Con Bloch y obras como El espíritu de la utopía o los tres volúmenes del Principio Esperanza es posible salir al paso del pesimismo antiutópico imperante hoy. Porque Bloch no limitaba la utopía a las fantasías sociales y políticas elaboradas a priori que tan mala prensa han dado a lo utópico. Él veía en lo utópico un rasgo fundamental de la condición humana, la dimensión antropológica esencial en la que siempre anda envuelto el hombre, algo que afirmó con conceptos clave como lo que “todavía-no-ha-llegado-a-ser”, los “sueños diurnos”, la “conciencia anticipadora” o la “esperanza”. Tal como apunta Francisco Serra en el prólogo a la última traducción de su Principio Esperanza:


Lo que prima en la gran obra de Bloch es la consideración antropológica del hombre como “ser utópico”, como expresión de una realidad aún no conclusa y que se trata de ir transformando. De ahí que el punto de partida lo constituya la idea de que “pensar significa traspasar”: lo que Bloch pretende es una filosofía que sea capaz de poner los medios para la edificación de un mundo nuevo, en el que se haga por fin realidad que el hombre deje de ser considerado como un objeto y que se sitúe en el centro de la historia.


Para Bloch el ser humano es pues materia siempre en progreso, somos algo siempre inacabado, siempre abierto a lo nuevo, a lo venidero, a aquello que todavía no ha llegado a ser pero puede venir si lo intentamos. Porque para él el conocimiento no se limita a una reiteración de lo ya conocido con la vista puesta en su afianzamiento. El conocimiento auténtico debe estar puesto siempre en el devenir, en lo que se planifica con vistas a algo mejor. Dicho de otra manera, lo que Bloch nos pedía es que no fuéramos una conciencia cerrada en el presente, conservadora, temerosa, saturada de información o anclada en la seguridad de un ahora momentáneo. Él quería que trabajáramos siempre con una conciencia que se anticipe a la realidad presente pensando en todo aquello que objetivamente es posible pero no ha llegado a realizarse aún (no-ha-llegado-a-ser), y no porque no se pueda sino porque aún no se han dado las condiciones necesarias. Bloch quería que no dejáramos nunca de trabajar por esas condiciones necesarias que hacen del mundo, de nuestro mundo y del de todos, una realidad mejor.

Bloch quería que no dejáramos los sueños únicamente a los niños o a ese otro mundo surrealista al que viajamos en la noche, quería que soñáramos despiertos cada día hasta el final de nuestros días. Bloch, simplemente, apostó por el hombre cuando otros muchos de su generación sucumbieron al pesimismo, quiso salvar lo bueno, todo lo bueno de que el hombre es y ha sido capaz, vio el vaso medio lleno en lugar de verlo medio vacío y atisbó un futuro posible puesto en la esperanza como fundamento de todo lo real. Tanto es así que con él, por primera vez en la historia del pensamiento, el futuro, la utopía, se hacen presentes teórica y también prácticamente.
La esencia del ser humano y del mundo en su conjunto es pues estar puestos hacia delante, hacia el devenir de un futuro que se juega en el presente y que hacia él avanza, o como Bloch mismo lo dijo:


El ser se entiende desde su “de dónde”, y por eso, sólo como un algo igualmente tendente, como algo hacia un “a dónde” todavía inconcluso. El ser que condiciona la conciencia, como la conciencia que elabora el ser, se entienden, en último término, sólo en aquello desde lo que proceden y hacia lo que tienden. La esencia no es la preteridad; por el contrario, la esencia del mundo está en el frente.


No se trata por tanto –según interpreto- que todos estemos programando siempre en nuestras vidas un mundo mejor para todos, se trata de pensar y vivir la utopía en nuestra vida cotidiana, en cada cosa que hacemos, a cada paso que damos. Se trata de perseguir utopías concretas, como la del agricultor que proyecta la manera con la que dar una mejor y más abundante cosecha, la del médico que trabaja cada día por encontrar mejores remedios para la salud o la del astrofísico que intenta mirar cada día un poco más allá de las estrellas. Por eso, Bloch nos habla, no ya de utopía como el no-lugar soñado, perfecto y poco menos que irrealizable, sino de esperanza, esperanza en algo que puede venir porque es posible, y además es bueno.
Y bien, mis queridos lectores, dicho esto creo que ahora ya sí estamos listos para avanzar con renovados aires en esta jungla de sinrazón y barbarie en la que se está convirtiendo nuestro mundo presente, ahora que ya contamos con ese traje de esperanza que Bloch tejió para nosotros. Y si no les basta con esto y necesitan más pueden profundizar en un Decálogo del Antisistema Perfecto que anda escrito en algún lugar de esta web. Y si a pesar de todo aún siguen sin ver que es posible, mejor será que dejen aquí esta página y también la web, guarden algo de lo que han leído y continúen con su vida de siempre pues poco más encontrarán que pueda aportarles algo.

6 Comentarios

  1. La Utopía se encuentra justo allí donde nos atrevamos y decidamos a construirla. Ojalá quede cerca de dónde vivo…

    • alla donde vivas lleva la utopia -buena”, la mejor posible segun tus fuerzas y conciencia- a tus circulos de familia, amigos, trabajo, asociaciones y sobre todo vecinos!!!…ved mi nuevo paradigma de comunitarismo vecinal en mi web LIBRODELAVIDA.ORG. grasias

  2. Maravillosa disertación.
    La utopía no es un paisaje que esté fuera de nosotros, quizá debamos mirar con honestidad dentro de nosotros mismos para descubrir el Shangri-La. Como decía Maslow en “El hombre autorrealizado”, si estudiamos al ser humano sanamente desarrollado vemos que lo que hay en él es bueno, sus objetivos son altruistas y pacíficos. Así que confiemos en nuestra especie, trabajemos aún sin esperanza, porque ahí reside el sentido de nuestra existencia, hagamos cada acción de nuestra pequeña vida individual como si con ella pudiésemos cambiar el mundo. Y recordemos que el hombre es un animal, pero un animal que sueña.

    • Genial Carmen, un animal que sueña. Me ha gustado esa frase. Gracias por tu comentario.

  3. Gran post, de los que más me ha hecho pensar.
    Siempre hemos tenido (por lo menos en general) un deseo del bien común, pero quizá, y desde mi opinión, esto no sea posible. ¿acaso lo que es bueno y correcto para mí lo es para tí?, por esta simple razón, intentar buscar un mundo idealizado en la actualidad, en este día a día, sea una tarea demasiado dificil y no me gustaría decir que imposible.
    Pero como también dice el post, lo que podemos hacer es buscar nuestro mundo ideal, en nuestras acciónes del día a día, y así ayudar a otras personas a encontrar el suyo, aunque por supuesto el hombre es hombre, egoista e interesado, y dudo mucho que esto cambie, por lo menos que yo llege a verlo con mis propios ojos.
    pero bueno allá cada uno no?

  4. El sistema social deshecha la utopía basada en ideales pacifistas, en recursos, en conocimiento etc… hoy solo atiende a utopias económicas, y se basan en un planteamiento; como hacerse rico,lo que claramente resulta imposible de alcanzar a nivel general, pq cuando el dinero sobra pierde su valor.
    También se recurre a amedrentar con aquello de que todos los movimientos utopicos asi cm los ideales comunistas, anarquicos etc acaban en totalitarismos y dictaduras, esta idea errónea que considero anclada cn disimulo en la cultura popular es el mayor freno que encuentro hacia cualquier cambio positivo.
    Personalmente creo que la utopía de un mundo basado en el sentido común, la justicia, la dignidad, los recursos naturales, el conocimiento, la realización personal, la libertad etc es mas sencilla de lo que parece y encima es gratis, lo que pasa es que hay muchos de los que toman las decisiones q no saben lo que les conviene y piensan q es mejor forrarse, yo estoy indignada pero a la me mueve una cierta compasión hacia estas personas a las q llevaria de la mano fuera de la caverna platoniana de sombras en la que viven para que vean la luz…
    La utpía es el mapa del camino, no la cruz en el mapa, sin ella no hay camino y sin camino no hay cambio.
    Es bonito, y encima es verdad ;-)Saludos